¿Quién es el señor Schmitt? Es la pregunta que se plantea al inicio de la obra cuando en la casa del matrimonio Carnero suena un teléfono que ellos no recuerdan haber instalado. Todas las respuestas son válidas y cambiantes de un acto a otro. Tú eliges a quien pertenece esta misteriosa identidad. En una versión dirigida hábilmente por Sergio Peris Mencheta que trabaja con gran precisión el contraste entre la naturalidad y desconcierto de sus protagonistas frente a lo ironico y grotesco de la visión y forma de actuar de los personajes secundarios.
Margarita y Juan Andrés saben que algo no va bien cuando descubren que están viviendo en una casa que no es lo suya, con ropa de otras personas y muebles desconocidos. A partir de ahí empieza el caos y se disparan las risas entre el patio de butacas por lo surrealista de la situación. En la búsqueda de la verdad, este matrimonio tienen dos opciones, dejar llevarse por la corriente o nadar contra ella a toda costa en un intento desesperado por saber quiénes son y qué les está pasando.
Las risas son constantes, mientras que las preguntas resuenan en la cabeza del espectador con el fin de dar con una respuesta firme al final de la función. El recorrido argumental que se propone en la obra de Thiery es una completa joya, en el que se juega con diferentes arcos y matices que hace muy dinámico el transcurso de la misma.
Una comedia inquietante que deja paso a la reflexión desde los primeros minutos y que se sustenta a la perfección gracias su dúo protagonista. Javier Gutiérrez en un brillante acto de generosidad arriesga con la interpretación de un personaje complejo, con muchas aristas. En las tablas se supera y hace gala de su solvencia, más firme con cada nuevo proyecto. Junto a él viajamos hacia la desesperación e incomprensión de su personaje en que por momentos nos sentimos reflejados. Le acompaña Cristina Castaño que siempre es garantía de calidad y que se sitúa a la altura con un personaje que te permite jugar y regala momentos brillantes durante el transcurso de la obra. Xavier Murua, Armando Buika y Quique Fernández secundarios e imprescindibles refuerzan la trama y saben que lugar encontrar en el espacio. Una comedia que navega entre lo absurdo y lo humano en el que el público escribe su propio final.
La obra llega a su fin y los aplausos no cesan. Es el resultado de un trabajo memorable que merece la pena disfrutar en un templo como es el Teatro Español. Esta crítica nace el día de su estreno en la ciudad de Madrid en la que las buenas sensaciones se sucedían. Acabábamos de comprobar que estábamos presenciamos una gran obra de arte, esa que te dan ganas de disfrutar más de una vez, por la que te sorprendes como si fuera la primera vez. Salgo del teatro con una sonrisa enorme, con la certeza de que cada uno de nosotros vive con un señor Schmitt dentro de él aunque a veces da miedo admitirlo y coger el teléfono.
