‘Las chicas del cable’: el poder de remover conciencias con estilo

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Fuente: Netflix

“No hay cerrojo que pueda cerrar la libertad de tu mente”, lo dice el personaje de Lidia en la primera temporada de Las Chicas del Cable y es una frase que nos viene a la cabeza después de ver esta primera tanda de capítulos que  recuerda el lait motiv de esta serie: la libertad y el amor incondicional lo puede con todo y no conoce límites. Tampoco hay límites para sus creadores, sus guionistas y unas actrices de compromiso encomiable, que son capaces de desarrollar de forma brillante el arco narrativo de cada uno de sus personaje que empiezan siendo pajarillos encerrados en una jaula de cristal para acabar convertidas en mujeres con un fuerte carácter, empoderadas y la seguridad suficiente para enfrentarse a las injusticias y la presión de los poderosos. Lo vemos en Marga, Carlota, Lidia que crecen en cada paso que dan y hacen que el espectador se sienta orgulloso de su propio desarrollo, el de los personajes y el de unas actrices que evolucionan de la mano de esas chicas que ya han grabado a fuego en su alma y en su carrera.

Se unieron cuando la vida les dio una oportunidad, resistieron cuando todo parecía desvanecerse, se enfadaron y se amaron, se perdonaron y se abrazaron con fuerza. Buscaron palabras de ánimo cuando solo quedaban lágrimas, se despidieron y se volvieron a reencontrar. Se rebelaron y lucharon por la igualdad de oportunidades y todo esto lo hicieron juntas, de principio al fin. En el Madrid de los años 20, enfundadas en su uniforme azul o con sus vestidos de noche y los sombreros tipo casquete, en la compañía de teléfonos, en el White Lady o en la Pensión de Doña Lola pero también como Ana Fernández, Blanca, Nadia y Ana Polvorosa en el set de rodaje, en los descansos, en la promoción, con ese guión que se atragantaba en algún momento, con la complicidad, la entrega y las ganas de dar lo mejor de sí mismas. Juntas delante y detrás de las cámaras. Al final no hay nada más poderoso que mantenerse unidas y entender que el trabajo es la forma más honesta de libertad. Las alas se desplegaron en una serie con la vista puesta en la necesidad de cambio, de remover conciencias desde el escaparate y visibilidad que da una plataforma mundial como Netflix.

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Fuente. Netflix

Las Chicas del Cable, la voz del cambio

Atrevida y con un buen resultado a nivel de producción con la dificultad que supone retratar la Guerra Civil en una ciudad de Madrid devastada y empobrecida, la primera parte de la quinta temporada de Las Chicas del Cable ha vuelto a nuestras pantallas más renovada que nunca, con el poder del amor como telón de fondo. Llega el principio del fin con cinco capítulos que te dejan con ganas de más por su brillante ejecución narrativa y actoral que explora el proceso de madurez de sus protagonistas, más valientes, rebeldes e inconformistas.

Cuando un producto llega al universo de la ficción española con tanta verdad, ingenio y ganas de que las cosas salgan bien, es cuando se convierte en revolución. Las Chicas del Cable se ha convertido en revolución social y televisiva desde que cuatro jóvenes procedentes de sitios vitales distintos llegaron a la Compañía de Telefonía y nos dieron una lección, siendo la voz de una generación que necesita referentes. Hay mujeres que buscaron esa voz, a veces débil y casi imperceptible, otras decidida y empoderada que muchos se empeñan en quitarles y lo encontraron en Lidia, Marga, Carlota, Ángeles y Sara.

Es un gran acierto por parte de Bambú Producciones y Netflix poner fin durante 2020 a esta serie que funciona y da un paso adelante en cada nueva temporada pero que no tiene la necesidad de estirar una trama que ya en esta despedida nos presenta a unas mujeres que tienen la suficiente vida y madurez para tomar sus propias decisiones y elegir su destino. Son las que siempre quisieron ser, sin dependencia ni ese injusto castigo social impuesto por el simple hecho de ser mujer y luchar por su propia libertad. La madurez se abre paso en una época convulsa y dramática como es la Guerra Civil que llevará al límite a Lidia, Carlota, Marga y Óscar. Las chicas tendrán que hacerse fuertes frente a los acontecimientos que acabarán con una muerte inesperada que a día de hoy los espectadores que ya han visto estos episodios no perdonan.

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Han pasado siete años y las chicas emprenden su propio camino desde la distancia. Madrid y Nueva York, tan cerca, tan lejos. Pero hay un acontecimiento que trastoca todos sus planes. Sofía, la hija de Ángeles que estaba viviendo en América con Lidia y Francisco, ha desaparecido. Una preocupación que unirá a las chicas de nuevo en el mismo lugar en el que vieron nacer una amistad verdadera e indestructible. Sin embargo, ya no es la ciudad de las oportunidades que un día conocieron. Todo ha cambiado y ahora la Guerra Civil les pondrá en situaciones peligrosas y nada deseables. No hay barrera que frene el instinto de protección de una madre. Lidia viaja a Madrid para buscar a Sofía, mientras que Marga vive felizmente casada con Pablo y Carlota y Óscar ejercen de periodistas reaccionarias y mantienen una relación más que afianzada.

Las Chicas del Cable no es una serie oportunista, pero sí es una oportunidad en la ficción española. Nos encontramos ante una serie transgresora, necesaria por lo que plantea, por la intención de remover conciencias con estilo y cambiar actitudes y perjuicios clasistas que no hacen más que entorpecer una sociedad que desde la calle, intenta avanzar en cada nueva época y pretende un margen de mejora. Una serie que ya ha dejado huella en nuestra memoria y que será ejemplo y el espejo donde podrán mirarse las ficciones y generaciones venideras. Se ha atrevido a retratar temas de actualidad como la transexualidad, el maltrato a la mujer, el machismo o la desigualdad laboral, todo adaptado a aquella época pero con la vista puesta en la spciedad de hoy en día, en la que quedan muchas barreras aún que derribar.

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Blanca Suárez encabeza el reparto de Las Chicas del Cable con un personaje, Lidia con el que puede desarrollarse y mostrar de lo que es capaz a nivel interpretativo. No mentimos si decimos que es uno de los trabajos más honestos de su carrera profesional y uno de los más intensos y complejos a nivel emocional. La actriz ha vivido la lucha de la mujer en su propia piel, un sentimiento que traspasa la pantalla y se vuelve más humano cuando apreciamos la química y complicidad que existe entre sus protagonistas que han sabido apoyarse y complementarse con un trabajo que al igual que sus personajes se va haciendo más grande y poderoso en cada nueva entrega.

Marga alza la voz en una temporada donde se potencia por primera vez su lado más rebelde y reivindicativo. Nadia de Santiago nos hace un regalo muy especial con la construcción de uno de los personajes más queridos dentro de la serie por su ternura e inocencia, el reflejo de sus miedos, capaz de mantener la esencia y aportar magia a Marga con un trabajo muy generoso y cuidado. En esta nueva temporada alcanza un crecimiento y madurez muy destacada, aunque sigue manteniendo su sencillez. Logró escapar del pueblo y alcanzar independencia con su trabajo en la ciudad donde conocería a Pablo, el amor de su vida. Soñadora, luchadora, con una dulzura y sencillez que enamoran. Son algunos de los adjetivos que definen a Marga pero también a Nadia que se entrega en cada nuevo proyecto para dar lo mejor de sí misma y dotar a cada personaje de su propio sello personal.

Ana Fernández se convierte en una auténtica revolución a nivel interpretativo, tiene algo que no se aprende en ninguna escuela y es la verdad con la que enfrenta cualquier proyecto, algo que comparte con Carlota, el personaje más fuerte y empoderado de la ficción. Ana es capaz de mimetizarse con esa chica revolucionaria del Madrid de los años 20 que no se calla y no tiene miedo a nada. Luminosa y carismática, en la vida y en la ficción. La chica de buena familia que impuso su libertad e igualdad a una familia retrógrada, la que escapó de las normas de su padre para ser la mujer que siempre quiso ser. Un personaje que muestra la importancia de luchar por la igualdad de género y defender nuestros derechos. Ana es el reflejo de Carlota, y Carlota el de Ana. Comparten su lucha, su inconformismo y también comparten nombre. La actriz sigue luchando por su libertad dentro y fuera de la pantalla, sin perder la elegancia cuando se trata de rebelarse contra las injusticias.

Ana Polvorosa casi sin pretenderlo se ha convertido en referente. Una trabajadora que desafía las normas de la época al reconocer que se siente un hombre encerrado en un cuerpo de una mujer. La lucha de Sara/Óscar ayuda cada día a personas que pasan por una situación similar. La serie retrata el poliamor y una relación lésbica desde un lado muy honesto y natural pero con todos los baches que supone. Detrás de esa personaje tan necesario, encontramos a una actriz que sigue trabajando la confianza en sí misma, esa chica de barrio que creció con miles de españoles se ha atrevido a romper esquemas y demostrar su versatilidad con nuevos personajes como el que enfrenta de forma brillante en Las chicas del cable.

Las Chicas del Cable nos enseña la mejor de las lecciones: que las normas impuestas por la sociedad no te corten las alas. Seguiremos en la lucha, en el camino que un día de 1928 emprendieron un grupo de telefonistas.

 

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